lunes, julio 03, 2006

Lo que Ellas *no* buscan

Leonardo fue uno de los primeros pocos testigos de mis escarceos iniciales con Juana.

Leonardo también es, a la fecha, la única persona que sabe lo que pasó con Miriam, pero dejemos eso para otra ocasión.

En esa época, dos trabajos atrás pero mucho menos en tiempo de lo que parece ahora, trabajábamos juntos en una oficina de dimensiones similares a un baño. El hecho de que estuviéramos bastante apretados, además por supuesto de que habíamos formado un equipo unido y compacto él y yo, y nos habíamos hecho amigos, permitía compartir ciertos detalles de la intimidad de cada uno con el otro.

Al principio, me entretenía y me causaba un cierto placer malicioso llegar los dos a la oficina, yo con las piernas todavía temblando de tanto coger y él con la cara por el piso. Cuando le preguntaba cómo estaba, yo con mi sonrisa sin borrar de la cara hacía horas, su respuesta era casi invariablemente un "de pésimo humor". En esa época, yo sentía - y cuando miraba alrededor confirmaba - que estaba haciendo las cosas bien, que por fin todo andaba como tenía que andar, y que todo tenía sentido. Y solía pensar que Leonardo se había equivocado en sus elecciones y tarde o temprano tendría que arreglar esos errores. En cierta forma me compadecía de él y me alegraba por mí.

Pero Leonardo fue, también, testigo de la evolución de las cosas y de las primeras incomunicaciones entre Juana y yo.

La mañana siguiente a una noche particularmente confusa para mí, en la que Juana muy inesperadamente dio señales de máxima indiferencia, yo no estaba de "pésimo" humor, pero sí confundido y preocupado. El miedo había vuelto, y aunque no quería darle la oportunidad de instalarse con la única evidencia de un hecho aislado, se notaba. Entonces Leonardo me preguntó qué me pasaba, no le conté, me insistió y le conté.

Entonces, mirándome con cara de "yo entiendo de estas cosas" (de esa cosa ciertamente entendía), me dijo:

- Es que las mujeres no buscan sexo.

Honestamente me quedé muy sorprendido con esa respuesta. No porque no la hubiera concebido nunca - de hecho con Pilar lo había padecido en carne propia -, ni que nunca se me hubiera ocurrido generalizarla tan obscenamente. Lo que me asombraba era que me lo dijera un tipo cuya novia y pareja le había confesado, entre otras cosas y valga como ejemplo, que lo había hecho en una pileta. La misma mujer a la que ahora, efectivamente, el sexo no sólo la tenía sin el menor cuidado, sino que hasta le molestaba un poco, y a la que definitivamente le irritaba cuando él sacaba el tema.

O sea, el asombro no era por lo dicho, ni por quién me lo había dicho, el asombro era algo en segundo plano, con nosotros en el plano corto. Había algo mal con la foto, pero lo que estaba mal estaba en el fondo, difuso y oculto.

Lo cual me dejó pensando un buen tiempo, mirando la foto una y otra vez, y otra y otra, buscando el mensaje subliminal. Hasta que llegué a una teoría que explicaba muchas cosas. Y ya se sabe que en física, si una teoría explica la realidad, se asume real hasta que otra teoría la explique mejor.

Y fue así que descubrí el Número Mágico.


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