miércoles, julio 19, 2006

El chef

Cuando conocí a Juana, una de las primeras armas de seducción que usé fue, aprovechando mis respetables habilidades culinarias, invitarla a cenar y cocinar para ella.

Recién después de un par de veces de este tratamiento, supe que su ex-significativo-más-reciente (o sea, salvando las supuestas transas, boludos con suerte y otros ocasionales), era chef.

Conclusión rápida: no sólo no logré impresionarla sino que quedé como un tarado. Pero como supongo que como en casi toda historia, casi siempre se puede rescatar algo positivo, el que de todas maneras, en el mediano plazo hayamos logrado conocernos y eventualmente intimar a pesar de esa estrategia equivocada, debe hablar bien de mí en algun otro aspecto que de
todos modos no me termina de quedar demasiado claro. El punto es que a pesar de los yerros, estábamos juntos, y eso estaba muy bien.

Bueno, estábamos juntos, y estaba el chef.

Durante los meses siguientes, el chef fue una referencia continua al modelo de hombre. Si yo expresaba mi deseo por hacer algo algun día (parapente, paracaídas, snowboard, ski acuático a lomo de orca, visitar la estación espacial internacional), el chef ya lo había hecho. Si yo hacía algo, el chef lo hacía mejor. Si yo decía que algun día tendría una casa con ciertas
comodidades específicas, eran cosas que la casa del chef ya tenía. Donde yo me echaba tres, el chef se echaba cinco.

Me empecé a hinchar un poco las bolas del chef. Aunque pasaría algo más de tiempo para saber exactamente qué de él me molestaba tanto.

El punto culminante fue una mañana de sábado mientras desayunábamos. Todavía no vivíamos juntos, y yo todavía no había mezclado las aguas, así que Juana era Juana y Ezequiel Ezequiel, y digamos que no se cruzaban en mi presencia. Esa tarde tenía que ir a buscarlo a la casa de mi mamá, donde se había quedado a pasar la misma noche que Juana y yo habíamos pasado en un hotel y que yo había planeado como la gran aventura amorosa de los últimos tiempos, con gran atención al timing y a los detalles. Era, en cierta forma, un desayuno de despedida por unos días hasta que yo recobrara mi independencia soltera al 100% mientras cuidaba de Eze los días que me tocaba en tenencia.

La gran aventura había transcurrido más o menos segun el plan, pero a pesar de eso había algo de una inquietante distancia entre lo ocurrido y mi fantasía. Y entonces, un poco tristes los dos en anticipación a los días que no nos íbamos a ver, ella, que estaba hojeando una revista cualquiera del bar, de esas del tipo de ricos y famosos, de repente la dio vuelta y me mostró una serie de fotos.

- Este es el parque que te conté.

El parque que me contó era el parque donde lo había hecho con el chef.

Y por segunda gran vez desde que la había conocido, me sentí un absoluto perdedor. Pero había algo peor, porque no era un perdedor por mérito propio. Mi circunstancia de perdedor quedaba determinada por la mera existencia del chef. No parecía haber manera de evitar que me eclipsara.

De la molestia inicial que sentía por el chef, pasé a una sucesión de diversos sentimientos hacia él. Celos, por haber tenido a la mujer que me gustaba. Envidia, por haberla tenido de una forma en la que yo deseaba, y no lograba, tenerla. Admiración, por haber logrado todo esto aparentemente sin el menor esfuerzo. Casi que me empezaba a creer todo el halo de superhéroe que asomaba cada vez que se intuía la figura del chef en el menor evento cotidiano. Casi que me empezaba a causar curiosidad saber quién era ese tipo y qué tenía tan especial.

La sucesión de sentimientos se vio coronada por el respeto, seguido del miedo. El chef se empezó a convertir en una amenaza. A pesar de que los separaban miles de kilómetros, le tenía miedo a su mail. Le tenía miedo a su msn. Creía que si el chef alzaba una ceja, la tendría a sus pies, o a su sexo, en una fracción de segundo.

Con el tiempo, empecé a entender que no le tenía tanto miedo a él, como en realidad le tenía a ella. Porque el chef, existía dentro de su cabeza, y lo que yo sabía de él era un simple contagio de la fantasía de ella.

Abreviando, el chef era originario de aquí pero vivía en Europa desde hacía muchos años. Se habían conocido aquí, muy al pasar, en una reunión de un amigo en común de ellos al que él había venido a visitar, mientras ambos tenían pareja. Se habían vuelto a contactar dos años después, y habían tenido un romance epistolar desbordante de cibersexo. Al cabo de eso, aprovechando un dinero inesperado, ella viajó a visitar a una amiga y a verlo de nuevo. Eso duró dos meses, supuestamente intensos y durante los cuales se supone que pasó de todo, y después de los cuales ella volvió aquí y al presente no se han vuelto a ver, aunque se han comunicado ocasionalmente. De su relación con él a lo que estábamos comenzando nosotros, habían pasado, groseramente, otros dos años.

Durante mucho tiempo más, el chef continuó siendo para mí un motivo de preocupación, de inseguridad, origen de numerosas CCAs, y sobre todo el motor de muchas preguntas y misterios que en realidad tenían más que ver con mi interés en conocerla y descubrirla a ella, y a mis dudas sobre por qué ella se veía tan distinta a esa mujer, la que había hecho ese viaje.

Ahora, que recorrí mi propio camino, puedo decir que entendí unas cuantas cosas, otras pocas no, y otras pocas más al menos acepté que no se pueden explicar. Y el mito del chef se me ha derrumbado bastante, y creo intuir cómo fueron realmente los acontecimientos y en qué intensidad estuvo esa hornalla.

Aun así, tengo que reconocer que todavía le guardo una cierta admiración por haber jugado su juego tan bien. Particularmente, me parece que dosificó muy bien un ingrediente en la ecuación que a mí me cuesta mucho cuando estoy enamorado. Este elemento está científicamente probado y comprobado, perfectamente tabulado, y tiene nombre clínico: se llama egoísmo, y es tan necesario en el amor como en casi todos los demás aspectos de la vida.

Pero todavía lo invitaría con una cerveza a que me cuente lo del parque, aunque ahora sólo por aprender cómo es que se hace.


2 comentarios:

ReinaCoral dijo...

Esto me encantó. La historia y como la contas, ambas.
Ahora realmente no entiendo como te pudiste bancar esa situación. Osea me extraña, en general mis parejas no toleraban que los nombrara a mis exs nunca.

Anónimo dijo...

Hola reina. Supongo que como bien dicen, que el amor es ciego, sordo y mudo... sólo que en mi caso además es bastante pelotudo. Yo suelo manejarme (después de tanto porrazo) con algo de madurez con ese tipo de cosas, pero todo tiene un límite también...
Gracias por visitar!