lunes, agosto 28, 2006

(In)fidelidad

El tema de la fidelidad es tan controversial como remanido. Y es que creo que debe haber tantas opiniones al respecto como personas hay sobre el mundo.

Por un lado está el tema del límite a lo que se considera o no una infidelidad. Lo más comunmente aceptado es que tener sexo con otra persona que no sea la pareja constituye de por sí una infidelidad. Pero por supuesto, hay sexo y sexo: supongo que no es lo mismo, por ejemplo, tener sexo a sueldo que tener un / una amante, donde habitualmente se involucra no solamente sexo sino además alguna clase de apego emocional. Desde esta perspectiva uno podría llegar a pensar que hay "mejores" y "peores" infidelidades.

Ahora, supongamos que no llego a tener sexo con otra persona. Pero me la siento en la falda. Soy infiel? Y si le toco la cara mientras? Y si mientras la abrazo por la cintura? Y si le saco una teta afuera y se la beso? A partir de dónde empiezo a ser infiel? A partir de la penetración? Y si solamente hacemos sexo oral?

Porque seamos prácticos, si el sólo pensar o fantasear con otra persona se puede considerar una infidelidad, entonces, soy infiel si me masturbo con fotos de otra persona que no sea mi pareja? o con fotos de ella misma de hace tiempo? Porque finalmente, tampoco es la misma persona... Y si lo hago mientras estoy conectado a una hotline? El cibersexo, cuenta?

Muchas preguntas, de las cuales sin dudas habrá muchas opiniones muy diferentes. A los efectos de llegar a algun lado, asumamos correcto el criterio segun el cual la infidelidad queda señalada con el contacto sexual; por el momento, dejemos las tetas afuera - de esta declaración, quiero decir.

Bajo esos términos, podría decir que fui siempre fiel. Técnicamente fiel, digamos. Y alguien por allá levanta la mano y la voz, entonces yo digo:

- Señor Juez, me gustaría presentar mi descargo.

Hay tipos que son infieles patológicos: hay mil motivos para esto, entre los que están la reafirmación de la masculinidad y otros que ya expuse o expondré. Pero también hay casos como el mío.

Llevábamos 4 años de convivencia y 4 de casados, y teníamos un hijo de 2. Nuestra cama se había puesto gradualmente fría, al punto de que el único sexo que teníamos consistía en discutir sobre él. Harto ya del estancamiento, del no encontrarnos y del no entendernos, decidí realizar un par de experimentos. ATENCIÓN: NO INTENTEN ESTO EN SUS CASAS!!!.

El primer experimento se me presentó cuando en mi trabajo nuevo me enviaron de viaje a otro país a ejecutar una cierta tarea. El tiempo del viaje estaba en el orden de las dos semanas.

Se me ocurrió pensar que estar alejados nos iba a hacer bien, que iba a suponer un corte importante en la rutina y nos iba a dar la oportunidad de extrañarnos que en el día a día era impensable. Así que contuve la tentación de perder el invicto fiel. El tratamiento tuvo en mí el efecto esperado, la extrañé y cuando fue la hora de volver no veía la hora de estar con ella.

Era un sábado, como a las 7 de la mañana. Entré en casa, y la encontré en el baño. La esperé y cuando salió la abracé, la besé, la acaricié y demás preludios. Ella me saludó y siguió su camino de nuevo a la habitación. Aproveché y me apuré para lavarme las manos y la cara, trámite en el que habré demorado unos 3 minutos, y la fui a buscar a la cama, donde volví a intentar buscarla sexualmente, a lo que ella me tomó de la mano... y se quedó dormida. Cuando más tarde la interrogué sobre esto, su respuesta fue que ella pensó que yo estaría cansado del vuelo. Para variar, la culpa era mía, pero lo importante es que en el siguiente viaje me fui con una motivación diferente.

El segundo viaje fue más corto, y tampoco concreté con otra persona, más allá de algunos besos. Pero mi criterio había cambiado, y ya la fidelidad no tenía la misma importancia.

Durante algun tiempo más, seguí con mucha indecisión al respecto, y como esa incertidumbre me hacía sentir mal, hice el segundo experimento para confirmar si mi inquietud tenía fundamento: dejé de hablar, de proponer, y de quejarme por sexo, y puse a correr el cronómetro para saber cuánto tiempo pasaba hasta que ella dijera algo.

Pasaron tres meses. Y cuando finalmente lo dijo, no fue una propuesta, sino un reproche.

Enfrentado a este panorama, me tuve que sentar a pensar seriamente qué hacer. Podía separarme, y deshacer 8 años de proyecto en comun, un hijo en comun, un departamento en comun, un auto en comun, un perro y un gato en comun, y un montón de muebles y electrodomésticos en comun, y todo eso por sexo, que de todos modos tal vez no tendría. Decidí que no pesaba tanto, y llegué a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era aceptar que el sexo no era parte de mi pareja. Ergo, el sexo debería estar afuera de ella. Pero la misión de offshorizar el sexo era mucho más complicada de lo que uno podría pensar.

Mis cuentas estaban abiertas al punto de que ella administraba el dinero, que también era comun. Esto me producía graves dificultades a la hora de decidir contratar sexo, y es un error que no volví ni volveré a cometer. Había ido con amigos a cabarets y burdeles, y siempre iba "a mirar"; entre la culpa y la falta de coartada económica, siempre me volvía solo. Y tentado. Así que dije: tiene que ser sin dinero. Pero mi tiempo también estaba monopolizado, así que no tenía oportunidad para salir de cacería. Tenía que ser sexo gratis, directo al grano, y que no involucrara a nadie de mi trabajo o de mi entorno. Dónde, dónde, podía ser que consiguiera semejante quimera?

En la Internet. En las páginas de solos y solas de la Internet. En la Internet se consigue de todo.

Abrí varias cuentas y empecé a visitar y a revisar perfiles. Descarté mucho, me quedé con algunos. Y empecé a aprender de qué venía la cosa. Mucha mentira, mucho cuelgue, mucho vamos a hacerle una joda a Fulanita, etc. Pero algunos eran reales, y me contacté con gente real.

Tan real, que una de ellas resultó ser una amiga de ella. Y eso que el mundo es grande.

Por supuesto, sobrevino la crisis, me pidió la separación, no negué nada y tampoco le pedí que siguiéramos juntos, pero a la hora de enfrentar la realidad, separarnos era complicado. En términos prácticos. Así que decidimos darnos una oportunidad más.

Algo menos de un año después, terapia de pareja y otros intentos de por medio, las cosas seguían igual o peor. El amor se da o no se da, y para esa llama en particular no hay soplete que valga. Y finalmente ella dijo basta justo un mes antes de la fecha límite que yo ya me había puesto.

Pero mi pregunta del millón viene por el otro lado; porque la actitud general pasa por sentenciar al infiel, con frases que frecuentemente hacen alusión a su mamá, que nada tiene que ver con el hecho ni con el contexto, pero no es tan comun que la gente se ponga a cuestionar el contexto o a revisar lo que el "infielizado" causó o indujo. Si yo hubiera concretado la infidelidad, habría tenido motivo para sentirme culpable, o un hijo de puta?

Sinceramente, no lo creo. Gente como Débora, como Julieta, se merecen la fidelidad de sus parejas? SInceramente, no lo creo. Lo que sí creo es que mujeres como ellas, y no los hombres, son las que ponen el dinero en las carteritas de las trabajadoras sexuales.

Ahora tengo estrategias distintas, y es frecuente que le pase a Juana el mensaje de que puedo ser infiel, en la forma de bromas. Y la respuesta de ella, más veces que no, está en la línea de "Te rompo el culo. Vos sos mío". Pero de "A ver si la otra mejora esto", seguido de una mamada infernal, nada.

Y a mí, ese "mío", me hace correr un escalofrío por la columna.



jueves, agosto 24, 2006

A veces

A veces, me pregunto por qué en la computadora hay alrededor de 800 fotos de vos y ninguna de mí, si la cámara es tuya.
A veces, me pregunto por qué hace tanto tiempo que no aparecemos juntos en ninguna.
A veces, me pregunto para qué compré la filmadora.

A veces, me pregunto cómo hacen tus amigas para amar tanto y hablar tanto de los losers que tienen por novios.
A veces, me pregunto por qué, cuando nos encontramos en tu casa con tu hermano y su novia, siempre vuelvo con envidia y de mal humor.
A veces, me pregunto cómo hace él para que lo mimen así, con lo indiferente y colgado que es.

A veces, me pregunto cómo puede ser que estés siempre tan absorbida en otra cosa más importante, aunque nuestro contexto y nuestras situaciones no paren de cambiar.
A veces, me pregunto por qué me siento siempre desubicado y fuera de lugar.
A veces, me pregunto por qué me siento tan agotado.
Y a veces me pregunto por qué, estando tan agotado, día tras día lo vuelvo a intentar.

A veces, me pregunto si realmente sos incapaz de hablar en serio.
A veces, me pregunto por qué nunca bailamos.
A veces, me pregunto por qué me cambiás siempre de tema.

A veces, me pregunto por qué tengo tantas tareas y tan pocas satisfacciones.
A veces, me pregunto cuándo se hará un hueco en las obligaciones, para jugar un rato sin pensar en el reloj.
A veces, me pregunto por qué me tengo que sentir mal por pensar eso.

A veces, me pregunto qué hay que hacer, para movilizarte.
A veces, me pregunto qué hay que hacer, para llegar realmente a vos.
Y a veces, me pregunto si realmente se trata de hacer algo en particular.

A veces, me pregunto cómo podés estar tan lejos, si estás acostada a mi lado.
A veces, me pregunto por qué elegís el otro lado de la mesa para sentarte.
A veces, me pregunto quién hay que ser para encenderte.

A veces, me pregunto por qué no soy capaz de causarte lo mismo que vos me causás.
A veces, me pregunto qué cosas debería cambiar.
Y a veces, me pregunto por qué debería cambiar, si yo me gusto así.

A veces, me pregunto por qué me siento inmaduro si no creo serlo.
A veces, me pregunto por qué me siento culpable, si no creo haber hecho nada malo.
A veces, me pregunto por qué me siento egoísta, si compartí todo lo que tengo.

A veces, me pregunto por qué tengo tan frecuentemente la sensación de que este no es mi lugar.
Y a veces, me pregunto si realmente existirá un lugar para mí.
Y a veces, me pregunto si debería buscar ese lugar.
Y a veces, me siento un hijo de puta por estar pensando eso.

A veces, me pregunto cuánto tiempo pasaría hasta que me extrañaras, si termináramos hoy.
A veces, me pregunto qué dejaría en tu vida, si termináramos hoy.
A veces, me pregunto si alguna vez querrías volver, si termináramos hoy.
A veces, me pregunto qué le vas a decir de mí a tu próximo hombre.

A veces, me pregunto qué hay que hacer para conmoverte.
Y después pienso en si eso serviría de algo.

Y a veces, sólo a veces, siento que sé las respuestas a todas estas preguntas.

Y no me gusta.


martes, agosto 22, 2006

Ah, bueno...

... éramos pocos y parió la abuela.

A lo largo de vivir y transcurrir mis no tan pocos añitos, a veces desde el banco y a veces desde el frente y bajo fuego cruzado, muchas veces me he sentido expuesto y alcanzado por ciertas situaciones paradojales que la vida tiene, en forma casi casi emblemática, y que me resultan las partes visibles del sarcástico sentido del humor que exhibe, al menos en mi vivencia personal.

Una de estas, es la que me gusta sintetizar como "más aprendo, menos entiendo". La otra, es que cuando empiezo a pensar que mis teorías son todas equivocadas, el simple resultado de una mente demasiado ocupada en procesar boludeces a extremos insalubres, viene la demostración de que tan, tan equivocado no puedo estar.

Una de mis posturas en la vida consiste, como ya dije en otra oportunidad, en coincidir con la mayor parte de las frases hechas que las mujeres usan con respecto a - y muchas veces en contra de - nosotros, los hombres. Y sí, es cierto que no maduramos nunca, que somos todos (más o menos) iguales, y que (casi) todos queremos "eso" como dicen ellas. Sin embargo, hay una con la que disiento profunda y activamente, y es la que dice que:

- No hay hombres.

Esta me parece no solamente una falacia, sino una falacia patética, una excusa más bien burda y más bien malintencionada. Casi que me da ganas de trazar un paralelo con el otro clásico, el de "no hay mujeres frígidas sino hombres que no saben excitar a una mujer" y responderla con:

- "No es que no haya hombres, lo que no hay son mujeres dispuestas a negociar."

Y ya se sabe que la pareja del amor romántico ideal y perfecto tal vez existe, en algun lugar del mundo, pero para el resto de los mortales la vida de pareja es un exquisito y delicado trabajo de negociación.

Este fin de semana me llegó la señal. El domingo, para ser más preciso, salió publicada en Viva (la revista dominguera de Clarín) una nota sobre las mujeres de 30+ solteras y en busca. Bueno, bastante más de lo mismo, muchos tópicos discutidos hasta el cansancio en infinitas mesas de café y en más infinitos - si es que eso es posible - blogs, entre los que se cuenta este.

Sin embargo, la nota de color la dio un párrafo dedicado a una señora, entrada en sus 55, que no me queda claro si había enviudado o divorciado, y que buscaba volver a estar en pareja, para lo que publicó un aviso que llevaba el siguiente texto:

- "Se busca hombre sin memoria para relación sin tiempo."

Linda, la frase. Buen gancho, romántica, concisa y al grano. La señora, estimo, la tenía algo clara con el marketing. Estimo, luego confirmo. La nota continúa relatando cómo la señora había recibido, en solamente 2 (dos) días, la friolera de 350 (trescientos cincuenta) respuestas a su aviso, y prosigue con el detalle más o menos minucioso de cómo había filtrado y descartado respuestas hasta que se quedó con un puñado (en números no especificados) de candidatos aceptables, con los que tuvo una cita.

Para resumir, con cuántos se quedó la señora? Quién fue el afortunado elegido y ganador de una soltera de 55 años? Ninguno.

Sí, sí, leelo de nuevo: Ninguno. Entre 350 tipos a la señora no le gustó ninguno. Y buscando, como estaba, pareja, decidió que estaba mejor sola. Wow. Y después las mujeres te niegan y te reniegan cuando les decís que ellas tienen poder y que tienen muchísimas más oportunidades que nosotros.

Los motivos? Segun ella, los candidatos "buscaban sexo y ella no estaba preparada para dárselos".

Now, stop. Wait a minute. Hit Pause. No estamos hablando de una quinceañera. Estamos hablando de un adulto con unas cuantas décadas de gastarse las suelas contra los caminos de la vida.

Disectemos un poquito este caso. La señora busca volver a estar en pareja. Con un hombre, asumidamente de edad comparable, y que no busque tener sexo con ella. Hay algo en esta foto que no me cierra. Y lo que no me cierra es, si la señora no pretende volver a tener sexo, para qué quiere volver a estar en pareja con alguien del otro? Qué buscaba la señora? Alguien para hacerle compañía? Alguien con quien hablar? Alguien que la llevara a comer y pagara la cuenta? Con excepción de la salida paga con cena, probablemente con un perro bastara. Y en algunos casos, hasta con una planta. Lo que yo creo, es que la respuesta a la pregunta original no la puede dar ni siquiera la propia señora, aunque intuyo que cerrar las bocas de unas cuantas amigas afectas a pronunciar "solterona" pudo tener mucho que ver en la iniciativa original. Ahora, esas mismas bocas estarán bastante más ocupadas que antes.

Creo que del mismo modo que hay gente que tiene una compulsión patológica por el sexo, o por las relaciones, hay gente que tiene una aversión patológica por la soledad y por el rótulo social. El problema, es que este cuadro realmente no se soluciona volviendo a estar en pareja.

Y otra cosa que creo, es que la señora hizo la elección acertada. A alguien que a los 55 años:

(a) todavía no se fogueó,
(b) todavía no aprendió a compartir, o
(c) quiere todo para ella, sin dar nada a cambio,

la soledad le sienta muy bien.


martes, agosto 15, 2006

Mondo Teta

Esa misma tarde nos enviaron a nuestra habitación a la chica que habíamos pedido por teléfono durante la mañana. Vestía una casaca azul que le daba un aire formal; era joven, morocha, más baja que yo y de contextura más bien pequeña. Un buen contraste con Juana, pensé.

Habló un poco con nosotros, haciendo una muy bien disimulada introducción y acondicionando con mucho oficio el clima a lo que venía a hacer. Bastaron solamente unos pocos minutos más para que invitara a Juana a abrirse el escote y dejarla ver sus pechos, y ésta accediera. Se acercó a ella y empezó a masajearle una de las tetas. Después, y convenciéndola amablemente a que la dejara, con femenina delicadeza le acarició y luego con más firmeza le pellizcó y apretó el pezón hasta que éste se puso duro, y entonces le pidió a Juana que ella hiciera lo mismo con el otro.

Ella hablaba todo el tiempo y cada tanto también se tocaba, apretaba y masajeaba sus propios pechos. Su discurso incluía la palabra "mamada" en una de cada tres frases, y hasta llegó a sugerir que la frecuencia óptima para practicarlas estaba entre las 2 y 3 horas. Una mamada cada 3 horas, como mínimo. Qué maravilla.

Nos enseñó y nos demostró en vivo algunas posiciones nuevas para nosotros, una con las piernas hacia adelante y otra con las piernas hacia atrás, y también nos habló de lo importante que era mantener una postura cómoda a la hora de hacerlo. De hacerla, la mamada. Para evitar el dolor de espalda.

Sin embargo, y seguramente a riesgo de que algunos - o muchos - me vayan a tildar de negativo, inconformista o gataflórico, tengo que confesar que lo que en otro contexto me habría puesto muy gratamente inquieto, me resultó una experiencia intensamente... deserotizante.

Será que esto de la puericultura no solamente no es lo mío, sino que además me excluye soberanamente.

Creo que va a pasar un buen tiempo antes de que la vista o el tacto de los pechos de una mujer le vuelvan a enviar a Krestian Jr. alguna clase de impulso.


lunes, agosto 14, 2006

n+1

Una de las primeras cosas que Eva hizo cuando pisó nuestra bendita tierra fue quedárseme mirando, como tratando de entender qué era esa cosa enorme y peluda que le hablaba con voz profunda en un idioma incomprensible. Pasado ese momento, y con una de las mejores expresiones de "bah, qué mierda" que me ha tocado ver, preguntó: "a qué hora se come en este planeta?".

Lo de pisar, es en sentido figurado, porque diríamos que más bien se quedó acostada. O reclinada, para ser preciso. Lo de enorme, tampoco hay que tomarlo literal; en honor a la verdad, es en comparación con sus propias dimensiones, que para pequeñas no son tan pequeñas, con casi 4 Kg 400 que uno juraría que están todos en los cachetes.

Si he de reconocer como ciertamente debería que Eze me ha enseñado mucho más de la vida que la mayoría de los adultos que me ha tocado conocer, no pierdo las esperanzas de que las Fuerzas Superiores me hayan puesto en el camino de Eva como un último y cuasi desesperado intento por que el cabeza de cebolla que escribe finalmente logre entender algo sobre el universo femenino.

Por lo pronto, ahora al menos puedo decir que me encargo de la higiene íntima de una mujer varias veces al día, todos los días. Un comienzo es un comienzo.

Bienvenida, princesa. Que disfrutes tu vida.

martes, agosto 08, 2006

Caso de estudio I: Sexo en sí mismo

Cenábamos en casa, con su amiga, el marido de ésta, y el pequeño hijo de ambos. Cuando la conversación se empezó a desviar del tono distendido, me di cuenta que no era la primera vez que se generaba una situación incómoda en torno a ellos, originada en su tendencia a participar a terceros de sus tensiones. Con el tiempo, descubrí que tampoco sería la última.

Empezó como las veces anteriores. Un reproche más o menos velado de él a ella referido a una poca o pobre atención sexual. Una excusa de ella, y una búsqueda de consenso en Juana. Un contraataque de él, quien al menos soportaba su posición sin buscar mi apoyo. Y antes de que pudiera darme cuenta, el ataque tomaba un objetivo genérico - todos los hombres son iguales - y de involuntario espectador pasé a involuntario involucrado atacado.

- Pobrecitos! - ironizó ella - tan abandonaditos y desamparados van por la vida. No es cierto, Juana? - y entonces, giró su vista hacia mí. - Y, decime, vos también sos tan reprimido?

No debió haber dicho eso. Me había dicho reprimido, justamente a mí; pero me molestó mucho más que me comparara con su marido, y lo que definitivamente rebalsó el dique fue que una persona diez años menor a mí y que me había visto como mucho un par de veces se quisiera dar la atribución y el lujo de catalogarme, juzgarme, sentenciarme y decirme a mí quién era yo, todo en uno, en mi propia casa, y en una sola palabra. Realmente fue too much; tocó un nervio que no dejo que nadie me toque, así que la patada de respuesta fue instantánea, sin atravesar ningún proceso intelectual.

- Disculpame, pero vos no me conocés, yo no soy ningún reprimido, y los problemas que vos tengas con tu marido los deberías resolver con él.

Sin dudas había sido el diálogo más áspero de la noche, y el marido y Juana se quedaron en la expresión de asombro mudo, mientras ella terminaba de digerir lo recibido. La estrategia fue el gesto de "abandono porque con alguien tan necio no se puede discutir", y volviendo a girar hacia Juana, dijo la frase que delata todo un estilo de vida y deja ver claramente quién es el interlocutor:

- Y bueno, Juana, nosotras ya estamos hechas. Yo ya tengo mi hijo, vos pronto vas a tener el tuyo. Ya logramos lo que queríamos.

Por suerte, contuve el impulso de echarla de mi casa durante un segundo. Y digo por suerte, porque al cabo de ese segundo no solamente me di cuenta de que habría hecho algo muy incómodo para Juana, sino por algo peor.

Tenía razón.

Quieren peor? Hay todavía peor: con Pilar me había ocurrido algo muy similar.

Muchas veces me puse en el ejercicio de imaginarme cómo vería yo el tema de las relaciones si fuera mujer. Y pasado el inicial, instintivo y machista "Sería la más puta de todas", y puesto al esfuerzo serio de intentar entender a mis parejas, llegué a algo parecido a una conclusión.

Si alguien me coerciera a hacer periódicamente algo que no me molesta demasiado pero tampoco me interesa activamente (en el sentido de que no saldría a buscarlo si no lo tuviera), creo que accedería durante algun tiempo, y después buscaría alguna clase de retribución. Digamos, yo te acompaño al ballet, todas las veces que quieras, pero vos me acompañás al cine, todas las veces que yo quiera.

Claro que ya no estamos hablando de amor, o tal vez sí, pero en todo caso no me parece la manera más sana de compartir el tiempo. Personalmente, prefiero ir al cine solo que obligando a alguien a aburrirse a muerte solamente por amor forzado. Pero todo esto es para otro día.

El punto es que aquí se pone en evidencia otro de los mecanismos ocultos disparados por las diferencias entre unas y otros. Para las mujeres - y de nuevo muy en general - el sexo no tiene un fin en sí mismo, como es para los hombres, sino que es un vehículo a otros logros en la vida. Una herramienta para lograr otros propósitos, que estos sí, son legítimos, serios, adultos, responsables, y que tienen que ver con la plenitud. El sexo crea oportunidades, abre puertas, obliga a gente. Y una vez logrados los objetivos, para qué seguir haciéndolo? Es un esfuerzo que por pequeño que sea, no deja de ser innecesario y evitable. Si yo ya hubiera visto todas las películas que me interesan, con qué motivación volvería a ir al ballet?

Que si es sucio? No sé, yo no soy mujer, pero en todo caso no las culpo. Si yo pudiera pasarla de fiesta y cobrar - en efectivo o en otros beneficios - por eso, qué pensás que haría?

Sí, sí, ya sé, no son "todas putas". A mí no me importa, a mí me gustan putas. Y de una forma o de otra, los hombres siempre pagamos por sexo. Así que todo esto no está planeado para ofender veladamente a nadie. Pero lo que sí me causa mucho interés es cómo parece haberse invertido aquello de hace veinte años de que "los hombres te usan y te dejan". Quién usa a quién ahora?

Señores, tal parece que los "qué tonta fui" del siglo XXI somos nosotros. Abran los ojos.

Y por cierto, es justo decirlo, Juana se ocupó esa misma noche de tomar distancia del comentario de su amiga. Un gesto amable y amoroso, sin dudas. Aunque del dicho al hecho hay mucho trecho, y muchas veces los hechos hablan por sí solos.

lunes, agosto 07, 2006

Casos de estudio

La Naturaleza nos ha provisto a todas las criaturas vivientes de dos directivas principales, de las que emergen una miríada de otras, con el fin de perpetuarse y mejorarse (evolucionar) a sí misma. Estas son el Instinto de Supervivencia y el Instinto de Preservación de la Especie.

Con el fin de apoyar la correcta implementación del Instinto de Supervivencia, la misma sabia Naturaleza nos ha dotado a los seres vivos móviles (léase animales) de otro atributo muy importante: la Capacidad de aprendizaje.

En la supervivencia, hay dos maneras básicas de obtener aprendizaje:

- por la propia experiencia, y

- por la experiencia ajena.

La experiencia ajena es, más veces que no, de vital importancia. Para el antílope al que se acaba de devorar un león, no le resulta muy útil haber descubierto para la próxima vez lo que le va a pasar si no corre. Es mucho mejor negocio observar que se coman a otro, y desde la experiencia ajena extrapolar las consecuencias de no huir exitosamente del león. Una ventaja extra es que con una sola fatalidad se puede enseñar a un auditorio que la multiplique en número por mucho.

Para aprender por la experiencia ajena hay que estar atento, alerta, con la mente abierta y permitirse la sensibilidad de saber cuáles de nuestros pares representan casos de observación válidos, teniendo en cuenta que su contexto sea comparable al propio. El antílope, por ejemplo, no debería observar a las aves, porque eso le crearía una idea sobre la estrategia de escape inadecuada y con resultados seguramente desastrosos. Debería observar a otros antílopes.

En casi todas mis relaciones se me ha criticado de comparar demasiado. Compararme con otros, y comparar el estado de mi relación con las relaciones de otros. Y es que yo trato de capitalizar al máximo la experiencia ajena para lograr, por supuesto, mis propios fines, que no son otros que la felicidad, a mi manera de entenderla. Con lo cual gano en tiempo, en esfuerzo, y en ahorrarme desilusiones evitando los caminos equivocados que detecto en las historias de mis pares.

Y si bien es cierto que cada persona es un mundo y cada pareja un universo aparte, también es cierto que hay muchos lugares que son generales. Los hombres somos hombres y las mujeres mujeres, por una cantidad de elementos generales que nos diferencian. Las personas no cambian totalmente de identidad de una relación a otra. Hay un colchón de generalidades, y encima de eso hay características particulares de cada persona, de cada circunstancia, de la forma en la que cada pareja es capaz de relacionarse.

No creo que nadie debiera sentirse ofendido por ser incluido en alguna que otra generalidad. A todos nos ha pasado en más de una ocasión caer en una bolsa de la que uno no se siente exponente. Basta con alzar la mano y salvar las diferencias particulares del caso. Finalmente, hay que entender que la gente necesita tener sus categorías para poder llevar su cabeza en orden.

Todo lo cual me lleva directo a mi primer caso de estudio.

jueves, agosto 03, 2006

No entenderlas

Es un lugar comun muy frecuente entre hombres el que dice que nadie entiende a las mujeres.

Bueno chicos, aquí viene la mala noticia. No entenderlas es tanto o más difícil.

Cuando me separé de Pilar, me propuse firmemente la siguiente empresa:

No intentar entenderlas. Cogerlas.

Y durante un corto tiempo funcionó, con sus altibajos, pero parecía estar más o menos bien.

Cuando conocí a Juana, el sexo era un lugar de expresión en comun. Lo hacíamos muy seguido, cada vez que podíamos, y parecíamos complementarnos muy bien. Y entonces, me enamoré. Y a partir de eso, cometí muchos desaciertos. Le abrí completamente mi vida y mi casa. Le presenté a Eze. Pasaba tanto tiempo en casa, la extrañaba tanto cuando no estaba, y me sentía tan culpable de no poder estar con ella cuando estaba Eze, que le propuse mudarse conmigo - con nosotros en realidad. Formé una familia con ella. La atendía como a una reina.

El resultado de todo esto es que finalmente ella se aburrió de mí y la pasión se vino abajo. No es que me lo haya dicho, ni una cosa ni la otra, pero ciertas cosas no hace falta que a uno se las pongan por escrito. Se notan.

Mientras tanto, otros hombres que tienen a sus parejas en segundo plano, que las ignoran, no se ocupan de ellas, son indiferentes con ellas o que deliberadamente las irritan o maltratan de pleno, reciben devoción, admiración y estupendos favores. Esto es algo que siempre me molestó muchísimo.

Y es que así como no todo lo que brilla es oro, no todo lo que es cierto es obvio, ni todo lo que es obvio es necesariamente cierto.

De esta experiencia he sacado dos enseñanzas en la vida muy importantes, tan simples y tan monstruosas que cada una de ellas se puede resumir en una oración muy breve:

1) El stress es bueno y la gente lo necesita para ser feliz.

2) La comodidad es el PEOR REGALO que uno le puede hacer a alguien a quien ama.

Con énfasis en el PEOR REGALO. La dificultad une. La distancia ata. El no poder tener al otro alimenta el hambre, frase paradójica si las hay. La comodidad y la seguridad... te ponen el control remoto en la mano.

Cuando ella se mudó, yo no tenia televisor, ni me interesaba demasiado más allá del Discovery Kids para Eze, aunque tenía cable para la banda ancha - que necesito para trabajar. Ella trajo el suyo y lo pusimos en el living. Gran, gran error. Ya no cenábamos con música de fondo, luz tenue y conversando, sino con los ruidosos programas de entretenimientos de la noche y las telenovelas.


A ella le gusta dormirse con el televisor encendido... qué hizo el rey de la selva para complacerla...? Compró un televisor para la habitación, sólo para darle el gusto. Terrible, terrible, repito, terrible error. Ni siquiera hace falta que exponga. En mi casa, *ella* es la dueña del control remoto. Pero nunca se durmió tan rápido y profundo como con el programa de Alessandra.

El ser humano es una criatura muy pajera. Si no tiene necesidad, no crece. Si no tiene hambre, no mira más allá de sus narices. Si no está incómodo, no enfrenta desafíos. Se tira en el sillón y se entrega al ocio y a la crianza de una importante panza cervecera. Las mujeres no son la excepción, y la relación de pareja no es la excepción tampoco.

Pero como ellas tienen esa misteriosa capacidad de adivinar nuestras intenciones incluso antes de que nosotros mismos las elaboremos, la manipulación del stress de pareja por la vía de la indiferencia fingida o los mensajes velados se convierte, de la empresa ruin, egoísta y maquiavélica que de por sí es, en una delicada, minuciosa y esotérica misión digna de toda la potencia de supercálculo alguna vez desplegada sobre este planeta.

La moraleja es que sin entenderlas no es viable el amor. Y el sexo, mucho menos. Pero también, que hay una delgada - e invisible - línea que separa el agradarles de el realmente entenderlas. Lo que ellas dicen no es lo que ellas son ni necesitan; las señales que devuelven no son necesariamente indicadores válidos de lo que les falta. En esta ecuación, hace falta algo más. Hace falta sensibilidad, e intuición.

Ambas cosas, que los hombres no tenemos. Buena suerte, señores.



martes, agosto 01, 2006

El Síndrome Bond

Ya dije que los hombres somos como Tiburones. Y también que ya no somos los depredadores sino los carroñeros en un mundo que nos ha dejado afuera. Pero algunos hombres somos más como vampiros.

Yo me nutro de cierta energía vital en mi pareja. Me gusta disponer de atributos que no son míos por naturaleza, me maravillan, me deleito en ellos. Y no hablo de tetas u otros afines, que también disfruto, sino de cosas como la simpleza, la sensibilidad, la intuición. Me apasiona ese mundo femenino que no puedo tener sino a través de otro que me lo entregue. Pero la entrega, igual que la amistad, no se puede forzar. Tiene que ser un impulso interno, auténtico, con ganas. Tiene que surgir.

Yo necesito sentir en el otro no solamente afecto, sino también admiración. Complicidad. Deseo. Una cierta devoción. Soy exigente. Creo que me lo merezco, creo que todos deberían merecerlo y para eso es que hay tanta gente en el mundo. Para que todos tengan su oportunidad en algun lugar.

Algunas preferirán al todopoderoso Superman, aunque seguramente no lo admitan. Algunas tal vez a Batman, idealistas y conflictuados, algunas los preferirán rápidos, como Flash, o brutos como la Mole. O puro fuego, como la Antorcha.

Yo intento encarnar a Bond, James Bond. Me parece que representa el modelo de hombre de mundo, sofisticado y al mismo tiempo práctico. Tan astuto como temerario. El tipo capaz de despachar a 12 enemigos con 12 balas en el arma mientras baja en paracaídas, y que llega al suelo sin despeinarse y sin arrugar el smoking, justo a tiempo para su cita. Un tipo que nunca va al baño, que nunca se come un combo de McD. Un tipo común, de carne y hueso, que no vuela ni para un tren con el jopo, pero de recursos ilimitados.

Pero como dice la ley de Murphy, no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Y en cuanto uno se deja conocer un poco más de lo debido, la fascinación se evapora más rápido que el pedo que Bond jamás se tiraría. Tal vez por eso, muchos se retiran siempre como los jugadores de futbol, en su mejor momento, para dejar un buen recuerdo, justo antes de que la fantasía se agote.

Hay amores Armani. Hay amores Zara, y hay amores - muy elitistas y fríos - Christian Dior. Nuestro amor es un amor de entrecasa, de supermercado. Usable, pero nada del otro mundo. Económico, y que sirve a su propósito con más o menos dignidad, pero que no es para ostentar. Casi, casi, descartable. Algo reemplazable, por algo similar, y que no se extrañará demasiado. Es un amor de cabotaje, Buenos Aires - Mar del Plata, aunque ella tuvo sus amores Buenos Aires - Madrid. Mi amor es como un Buenos Aires - Auckland transpolar sin escalas, pero para volar en pareja hacen falta dos boletos.

Y cuando al otro - que siempre dijo querer conocer Australia - no le da para volar con vos, no importa cuántos boletos tengas para ofrecer. No da, y no hay poder en el mundo que pueda hacer algo al respecto. No era ningun boludo el genio, que podía hacer de todo menos que otro se enamorara. El oro y las joyas eran lo de menos, pero eso era too much, incluso para un poder sobrenatural.

Sí, estoy llorando. Y soy macho, y aunque no mucho, sería justo decir que suficiente.

Y me la banco, y qué.