miércoles, julio 05, 2006

Envidias, enojos y celos

Me da envidia cuando veo una pareja besándose y abrazándose en público.

Me dio envidia cuando hace poco vi a una pareja en el patio de comidas del shopping, ella parada con las piernas abiertas abrazando una de las rodillas de él, él sosteniendo la cabeza de ella en el beso con una mano, y con la otra acariciándole una teta, mientras Juana y yo hacíamos la fila para comprar la cena.

Me dio rabia que ella me regañara por mirarlos y me dijera que dejara a cada quien hacer su vida.

Me da envidia ver a las parejas sentadas o caminando por el parque, con todo el tiempo y sin otra ocupación que pasar un rato juntos.

Me da nostalgia cuando me acuerdo de las veces que hicimos tonterías encantadoras como ponernos a bailar en el supermercado.

Me da rabia y envidia cuando alguien me cuenta sobre algo inusual o arriesgado que hizo con su pareja.

Me daba no tanto celos como envidia y una admiración morbosa el chef, aunque ahora ya ni me lo creo ni me importa.

Me dan rabia los consejos sexuales de la Cosmopolitan.


Me daba rabia que ella se hiciera la distraída para en realidad ignorar las insinuaciones, las sugerencias y los tips que le dejaba, sutilmente, como se supone que ellas esperan.

Me enojé cuando entendí que no importa lo que uno haga o cuánto haga, lo único que importa es lo que el otro cree que uno es.

Y a veces todavía me enojo y me pongo de mal humor. Y después de un rato me doy cuenta de que no estoy enojado con ella. Ni conmigo mismo. Estoy enojado con la forma en la que se dan las cosas. Estoy enojado contra nadie ni contra nada en particular y termino entendiendo que ese enojo no tiene ningun sentido.

Dejé de comprar libros de autoayuda sobre cómo entender a las mujeres o cómo ser un mejor amante, porque siempre terminan haciendo referencia a que ella debe hacer algo de su lado.

Dejé de investigar sobre anatomía femenina, porque esos tips nunca funcionan en mi caso.

Dejé de esforzarme por mejorar, cuando entendí que para mejorar la pasión hacen falta dos.

Dejé de espiar sus mentes en revistas y foros femeninos cuando me encontré con que yo cuadro en la mayoría de las características que la mayoría de ellas dicen buscar en un hombre, y que en mi caso pasan desapercibidas.

Dejé de proponer, cuando entendí que mis propuestas eran rechazadas la mayoría de las veces, y eran más molestas que deseadas.

Pero por sobre todas las cosas dejé de mirar el programa de Alessandra, por la rabia que me daba oir a mujeres preguntando cosas como "cómo puedo ayudar a mi marido a llegar al segundo?", mientras Juana, a mi lado en la cama, dormía a pata suelta.




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