viernes, diciembre 22, 2006

Intervalo: Otra Campana II

Será, finalmente, cierto eso de que todos los caminos conducen a Roma. O como dicen los hermetistas, que cuando el alumno está listo el maestro aparece en su camino sin que aquel tenga que buscarlo.

Por un lado, está
esta serie:



, que no debe haber tenido el éxito esperado ya que no oí voces feministas levantarse con saña en su contra, dada su abundancia de conceptos misóginos. La historia que narra la tira, de la cual me enganchó la estética diseñada por Milo Manara, aparte de su contenido, en realidad es simple: un joven abandonado por su novia, cae, en plena depresión alcohólica, bajo las ruedas del auto de un viejo playboy, dandy y hombre de mundo, quien a cambio de olvidar el incidente le ofrece introducirlo en las artes de la seducción y convertirlo en un miembro de la Logia X, una sociedad secreta con siglos de antigüedad integrada por todos los grandes conquistadores de la historia.

A partir de este puntapié inicial, la historia transcurre a lo largo de las misiones asignadas al discípulo, donde translucen sus dificultades para salir exitoso de las mismas y las enseñanzas del maestro.

Más allá de lo frívolo del argumento (hay que considerar que el producto en realidad es una extensa publicidad de una conocida marca de desodorante para hombres), algunos diálogos interesantes se cuelan y quedan revoloteando en la psiquis.


- Axel (a propósito de una prueba que debe pasar en la que debe conquistar
simultáneamente a dos mujeres con personalidades opuestas): Pero para qué fingir
ser alguien que no se es? Nunca tuvo alguien que le importara realmente, por lo
que ella era y por lo que usted era?
- Lynch: Nene, por qué conformarse con ser alguien, cuando se puede ser cualquier persona?


Por el otro lado,
uno de los lectores de SP me ha dejado varias veces en sus comments los links a su site donde promociona varios libros sobre estrategia, seducción, marketing personal y del otro, y varios de contenido afin, como ser guías sobre lenguaje corporal.

Desde este sitio, después de revisar algo del contenido, navegué algunos links y me encontré en un foro de jugadores rápidos, donde se hacía repetida referencia a algunos nombres, entre los que se destacaban alguien con el pseudónimo Mystery y otro llamado Neil Strauss.

Neil Strauss era un escritor y periodista de rock & roll que había publicado reportajes a varias personalidades del mundillo del espectáculo y hasta había escrito un par de libros del tipo backstage por encargo para algunos de ellos. Y digo era, y hablo en pasado, porque Neil Strauss es un hombre muerto.

Strauss se deshizo de sí mismo y se reinventó a sí mismo en alguien que se llama Style, después de llegar, casi por accidente (como yo) a las comunidades de la seducción en Internet, y posteriormente tomar un seminario con uno de los Gurúes, los maestros Jedi en las artes de la conquista: Mystery. Este camino le tomó dos años de su vida. Y como en el fondo seguía siendo un escritor, cuando su historia terminó la compaginó en un libro y la publicó bajo el título The Game, que en castellano fue traducido a El Método.

The Game devela y transita por mucha de la teoría, similar a la expuesta en
el otro libro sobre seducción anteriormente comentado en este blog, aunque resulta mucho más rico que éste por su carácter biográfico, no solo del propio autor sino también del resto de los personajes con los que se topó a lo largo de su aventura, a la que no le faltan momentos divertidos ni dramáticos ni tristes ni existenciales. En cierta forma, es un libro de jornada, que describe el camino recorrido por uno (o varios) hombres en una cierta búsqueda, y los cambios que tuvieron que asumir y los desafíos que tuvieron que enfrentar para llegar (o no) al final de esta búsqueda.

Mis sensaciones fueron similares a las que me había causado el libro de Line; de entre todas ellas, sobresale la noción de cuán débiles somos los hombres en comparación con las mujeres, dado el esfuerzo y la distancia a la que podemos ir con el fin de relacionarnos con ellas. La segunda noción, en orden de importancia, tiene que ver con cuán pocos hombres pueden salir al mundo lo bastante armados tal como son: para el resto de la gran mayoría, relacionarse con mujeres es una destreza a adquirir, con práctica, dedicación y perseverancia. Sin embargo, The Game logra quitarle a toda esta empresa gran parte del sabor amargo de lo maquiavélico, ampliamente presente en el otro libro, mostrándola como un trabajo de superación personal y haciendo foco en lo positivo de su recompensa.

La teoría, de la que se describen trazas por aquí y por allá, me resultó mayormente pueril, aunque tengo que reconocer que en la interacción social muchas veces lo obvio es lo correcto, y justamente por eso es lo que todo el mundo hace. Por momentos, igualmente, me preguntaba cómo podían lograr el approach con versos tan ingenuos, y pensaba que eso debería servir para una cultura más sentada en la superficialidad cómoda como es la norteamericana, pero que en un lugar como Argentina esas mismas líneas de levante no servirían ni por dos minutos. Hasta que en una parte del libro, uno de los personajes lo confirma: había estado en Europa, y allí el juego le había resultado más difícil porque los locales no eran tan sosos como los norteamericanos y también tenían juego.

A lo largo de todo el libro, se plantea la situación de la primera interacción (digamos levante) como juego. Pero no sólo en la palabra: se concibe como un verdadero juego, digamos un juego de cartas lo bastante complejo como podría ser el poker, en el que para ser realmente bueno no alcanza con saber las reglas, sino que hay que conocer las estrategias ocultas: adivinar las cartas del oponente o saber cómo inducirlo a que se delate él mismo; recordar las cartas exhibidas y conocer las estadísticas sobre las ocultas; bloquear o neutralizar el juego de los demás jugadores; esconder el juego propio y manipular la creencia de los demás sobre éste.

Más allá del detalle, esta primera confirmación sobre lo inocente del juego que se describía, y que hacía aparecer no sólo a las mujeres sino también a los hombres como una masa homogénea y pasiva que podía ser siempre seducida en un caso o neutralizada en el otro con el mismo conjunto de habilidades, me dejó con una pregunta clave:

Ellas no tienen juego?

Style describe cómo cada nuevo iniciado a la comunidad, entraba en el juego buscando algo personal: algunos deseaban estar con mujeres 10; otros querían dejar atrás la virginidad; los había quienes buscaban notoriedad, celebridad, popularidad, o simplemente superar un pasado de timidez, frustración y abandono. Y no pocos, buscaban al amor de su vida. Uno de éstos, quien fue uno de sus primeros aprendices cuando él mismo se convirtió en un Guru, y a quien habían apodado Sweater, también fue uno de los primeros en retirarse del juego cuando cumplió su objetivo de conocer a la mujer maravillosa a quien acompañaría el resto de su vida.

Pero, a medida que el libro empieza a salir de su nudo, también lo hacen las vidas que narra, y empieza a ser notorio cómo los maestros infalibles del levante comienzan a fracasar en masa y a repetición cuando se trata de sostener esas relaciones en el tiempo. La superación personal para todos ellos llega a una meseta, donde el castillo de naipes se cae a pedazos, las estrategias dejan de servir y donde hay mucho más de lo mismo que había al principio de todo: vacío.

En medio de este panorama desalentador, Style recibe una llamada telefónica una madrugada. Es Sweater, quien en medio de una crisis de llanto le cuenta que a pesar de haber logrado su sueño, éste resultó muy diferente a lo que pensaba y que su vida es un desastre mucho peor al de antes del juego, a tal punto que había estado al borde del suicidio.

Ellas tienen juego.

En este punto, me cayó una ficha. Una gran ficha, una fichota. La ficha de cómo la seducción abre puertas que la cotidianeidad cierra. De cuánto más poderosa es la fantasía que la realidad. De cuánto más intenso es el enamoramiento, la calentura de un día que el amor de toda una vida.

La ficha que disparó la creación de SP desde un principio, y de lo universal que es la incómoda inquietud del segundo pensamiento; la que me hizo darme cuenta de que todo este blog gira alrededor de esas mismas preguntas. Y que mucha más gente se las hace, se las ha hecho y se las hará. SP acaba de atravesar su nudo, como las vidas de los que tuvieron un lugar en el libro de Style.

Tal vez sea momento de empezar a escuchar con otros oídos la letra de esa canción. Esa que dice: el amor es más fuerte.

lunes, diciembre 18, 2006

Lomo al Marsala, parte 2 (de 4)

Durante esas primeras charlas, me confesaste que lo único que no te gustaba preparar era buñuelos. Que los habías preparado, para dos personas antes, a una dos veces, pero que no te gustaba, y manifestaste alivio cuando te respondí que no los había probado nunca pero no me seducían más allá de la curiosidad.

Mis ilusiones y mi entusiasmo se expandieron como nunca antes. Me sentí acogido, recibido, aceptado, y con ganas de vivir la vida. Mis grandes angustias del pasado finalmente aclaraban, como el cielo después de una gran tormenta.

Tal mi entusiasmo, que un día te regalé un delantal muy fino, con puntillas bordadas, y mi alegría y mi enamoramiento cuando te lo vi puesto, con cara cómplice. Y después, un gorro, que te pusiste ese mismo día, y que realmente extraño vértelo puesto con lo bien que te quedaba.

Comíamos juntos muy seguido y disfrutábamos mucho, pero yo insistía en reservar la frutilla del postre. Me estaba enamorando de vos y no quería arruinar la química que parecía, ya, estar plenamente instalada entre los dos. La comida se había convertido en un espacio en común entre los dos, y alrededor de eso se gestaban otros sentimientos de proximidad, que se cimentaban en el disfrute de un placer compartido.

Entonces un día, yo estaba preparando algo especial para vos, o para los dos. Te sugerí algo y a fuerza de preguntas me lo sonsacaste.
- Si tiene que ver con cocina, desde ya te digo que SI.- dijiste
- Tampoco es nada del otro mundo, - respondí - me hablaron de un restaurante... que tiene una mesa bajo una cúpula de vidrio. Realmente me encantaría cenar con vos a la luz de las estrellas y tener una sobremesa dulce y romántica. Alguna vez lo hiciste así? – mientras pensaba, “con esto la mato”.
- Mmmm... mno exactamente así - me dijiste.

Algo me dijo que no iba a ser nada tan mágico ni especial para vos, pero mientras accedieras y lo disfrutaras, por mí estaba bien. Para mi desgracia, el restaurante no aceptaba reservas, ni siquiera con efectivo adelantado, pero me aseguraron que la mesa iba a estar disponible.

La mesa no estaba disponible, y tuvimos que elegir otra. Una mesa linda, con velas, champagne y al lado de una gran fuente, aunque las estrellas no se veían. Elegiste una porción bastante modesta de pollo grille al limon, con puré de calabaza. Un plato sabroso, correcto, aunque nada sofisticado, sobre todo comparado con el resto de la carta del lugar. Me quedé con un poco de hambre, y te ofrecí repetir. Pero tu gesto me lo dijo todo en un segundo. Que no querías repetir, que estabas incómoda, y que querías irte. Un poco confundido, pero aceptando que estas cosas pasan, y pensando en tu bienestar, dejamos el restaurante y fuimos a tomar un café a otro lado.

Y mientras estábamos en eso, y nos mirábamos con un poco de tristeza porque ese día ya no íbamos a estar juntos, ocurrió.

Hojeando un catálogo de modas, me mostraste una página doble a color, y lo dijiste.

- ACA, es donde comí lomo al marsala con el chef.

Y mi mundo se derrumbó. Pocas veces en mi vida había sentido el fracaso como algo tan material. Tan violento. Tan palpable, concreto. Nunca iba a superar al chef. Ni siquiera podía soñar, ni aspirar, a igualarlo. No podía ni siquiera encontrar un punto de comparación. Al lado del chef, yo era uno de esos tipos que preparan panchos, en carritos, en las esquinas. Un tipo común, vulgar, mediocre. Un tipo como un millón de otros, con los que uno se cruza en el subte, un día cualquiera.